lunes, 21 de octubre de 2013

LA MAESTRA RURAL de GABRIELA MISTRAL



La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía,
«de este predio, que es predio de Jesús,
han de conservar puros los ojos y las manos,
guardar claros sus óleos, para dar clara luz».


La Maestra era pobre. Su reino no es humano.
(Así en el doloroso sembrador de Israel.)
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.
Por sobre la sandalia rota y enrojecida,
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.


¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,
largamente abrevaba sus tigres el dolor!
Los hierros que le abrieron el pecho generoso
¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!


¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor
del lucero cautivo que en sus carnes ardía:
pasaste sin besar su corazón en flor!


Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste
su nombre a un comentario brutal o baladí?
Cien veces la miraste, ninguna vez la viste
¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!

Pasó por él su fina, su delicada esteva,
abriendo surcos donde alojar perfección.
La albada de virtudes de que lento se nieva
es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?


Daba sombra por una selva su encina hendida
el día en que la muerte la convidó a partir.
Pensando en que su madre la esperaba dormida,
a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.


Y en su Dios se ha dormido, como un cojín de luna;
almohada de sus sienes, una constelación;
canta el Padre para ella sus canciones de cuna
¡y la paz llueve largo sobre su corazón!


Como un henchido vaso, traía el alma hecha
para volcar aljófares sobre la humanidad;
y era su vida humana la dilatada brecha
que suele abrirse el Padre para echar claridad.


Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta
púrpura de rosales de violento llamear.
¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las
plantas del que huella sus huesos, al pasar!


FOTOGRAFIA Monumento a Gabriela Mistral, Montegrande
 

domingo, 13 de octubre de 2013

PRIMER DÍA DE ESCUELA, JULIA BAIGORRI

























Aún recuerdo mi primer día de escuela, con mi tía Mercedes de maestra y mi prima Magdalena y resto de niñas del pueblo como compañeras. Era una continuación de mi vida habitual sólo que aprendiendo cosas nuevas, descubriendo cada día una nueva maravilla y disfrutando cada segundo. No había tiempo para aburrirse. Tras mi tía vinieron muchos más y cuanto más aprendía, más quería saber. Se ve que en eso he sido muy egoista. Hasta hoy que, jubilada, sigo en la Universidad de la Experiencia, para mayores. Es un vicio incurable. Afortunadamente. Gracias a todos mis maestros, los de antes y los de ahora. Sigo viva, sigo aprendiendo.
 
Ésta no es de mi primer día de escuela pero es de aquellos días. Posiblemente ya sea de la clase de Doña Ramona y también guardo de ella unos recuerdos imborrables. Yo fui una niña realmente feliz y no cambio mi infancia por la de nadie, por más que los niños de ahora tengan cosas que nosotros ni soñábamos. Pero teníamos amigos, las calles para correr y jugar a "tres navíos", las huertas que siempre eran de algún abuelo que nos permitía comer fruta del árbol, y el musgo de Navidad cogido en el monte y todos los sueños intactos.


Texto y fotografía Julia Baigorri

viernes, 11 de octubre de 2013

CUANDO SE FUE EL MAESTRO de ANTONIO MACHADO

                                                   A Don Francisco Giner de los Ríos

Cuando se fue el maestro
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
?Murió? Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue
los muertos mueren y las sombras pasan
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
!Yunques sonad; enmudeced campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
Llevad amigos
su cuerpo a la montaña
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas.
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
Fotografía del libro MUNILLA de Abel Marrodán: Escuela de niños de Munilla de 1934

AL ESCONDERITE INGLÉS de CARMEN MARTÍN GAITÉ



Una, dos y tres,
escondite inglés,
a esa niña de rojo
 ya no la ves.



Jugaba con naranjas,
les mordía el zumo,
arrancaba tomillo,
 niña de humo.


Baja a la calle,
 vuelve a subir,
 las estrellas la miran
no se quiere dormir.


Cuéntame un cuento,
 cuéntame ciento,
dame la mano,
se la llevaba el viento
 de aquel verano.


 Una, dos y tres,
escondite inglés,
a esa niña de rojo
ya no la ves.

En el libro Poemas del Círculo de Lectores

POEMA AL MAESTRO DE GABRIEL CELAYA




Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca
hay que medir, pesar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino, un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar mientras uno trabaja,
que esa barca, ese niño,
irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia pueblos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.


Fotografía del Libro MUNILLA de Abel Marrodán.Escuela de niñas  de Munilla de 1934

ROSA,ROSAS de MEDARDO FRAILE

 
LA SEÑORITA ORIA ENSEÑABA LATÍN y era casi una cría. Nosotros andábamos por los doce o los trece y, el día que ella entró en clase por primera vez fue memorable. Entró con una bolsa de plástico -los profesores iban con cartera- y, sin mirarnos ni decir palabra, sacó de la bolsa cuatro jarroncitos de Talavera y se dedicó a poner una sola rosa -de color rosa- en tres de ellos y un ramo de colores distintos en el otro. Parecía encantada y miraba las flores sonriendo. Luego, se dio un garbeo coqueto por el pasillo del centro de la clase y contempló su labor desde el fondo.

 -Hoy -dijo-, vais a aprender la primera declinación latina y lo vais a hacer con una palabra muy importante: Rosa...

  »¿Por qué es importante? Porque esas tres rosas de color rosa que he puesto ahí, a la izquierda, singulares, solas, aunque cada una de ellas ejerce un oficio con nombres que os van a parecer feos, han vivido más de dos mil años con la misma frescura y el mismo aroma y, a cada una de ellas, la llamaba «rosa» el primer romano que la nombró y «rosa» la llamamos nosotros todavía y cualquier jardinero o labriego castellano... Imaginaos lo que son dos mil años de gente, un siglo tras otro, diciendo «rosa»... Y, como vosotros sois estudiantes, y vuestros padres tal vez ingenieros, abogados o médicos, una se afana en el mundo por hacer de Nominativo, otra de Vocativo y la tercera de Ablativo... Pero las rosas son muy listas y, a veces, piden ayuda o se acicalan o se disfrazan con unos productos llamados desinencias para seguir siendo útiles. Hay más oficios para ellas...
»Y esas que están en el búcaro de la derecha, ¿qué son?».

Gritamos:
-¡Más rosas!
-¡Flores!
-¡Rosas!

-Sí, rosas, porque hay rosas de muchos colores, rojas, naranja, amarillas... Pues «rosas», en grupo, en plural cono están ahí, era también lo que decía hace siglos la señora de cualquier villa romana al ordenar al jardinero que plantara un rosal o al adornar la ventana de su cuarto con un ramo de ellas en un florero. Y «rosas» las ha llamado la florista que me las vendió hace media hora. El oficio al que «rosas» se dedica es otro: el de Acusativo de Plural.

Y así siguió, advirtiéndonos que ya hablábamos latín sin saberlo cuando decíamos, no sólo «rosa», sino «aula», «fortuna», «gloria», «forma», «pirata», «crimen», «dolor»>, «castigo», y muchas palabras que oíamos o decíamos todos los días.

En otras clases, fue metiéndose en caminos más trillados, pero cuando habíamos aprendido que «las rosas estaban en el altar», que «la niña tenía una rosa», que «había rosas en el huerto», que «la corona era de rosas» y que «las palomas eran blancas», y nos metimos de bruces en el verbo «amar», más de cuatro estábamos enamorados sin remedio de Oria -la llamábamos Oria-, locos por ella, porque era una chiquilla grácil, morena, esbelta, y nos intrigaban los movimientos de su falda, su inteligencia y su risa.

La señorita Oria, al acabar su primera clase, metió las flores y los jarroncillos en la bolsa, cogió la rosa roja y se la prendió en el pelo y se marchó sin mirarnos, sonriendo.



Cuento e imagen del libro "Antes de un futuro Imperfecto". Páginas de Espuma